No sé cómo será el vuestro, o cómo fue, pero siempre suele haber alguno. El mío era uno de los clásicos, si bien no caía en la afamada rutina de llegar tarde al vestuario. Si los partidos eran por la mañana a veces incluso era el primero, equipado con pantalones de más de un uso y camiseta de tirantes, aunque estuviéramos en febrero. Su cara delataba su noche. Solía lavársela un par o tres de veces antes de que el entrenador entrara por la puerta. Nunca nos hizo falta leer el pensamiento del técnico para saber que cada sábado se preguntaba interiormente si debía ponerle. Por más que se lo pensara, había una sola respuesta posible. Que si prevalecía el supuesto beneficio del grupo o la ética personal, que si el resultado o los valores. No faltó en ningún once. Salvo cuando se había autoexpulsado la semana anterior, o se había enfadado con el club y había dejado de venir a los entrenamientos, salvo cuando le arreó un puñetazo a un compañero que fue tan evidente que ni el entrenador lo pudo ignorar, salvo cuando se había fracturado tibia y peroné en un acto vandálico, o el día que felizmente se había quedado durmiendo en casa. Salvo todos esos días, cuando estaba tenía un puesto. Justamente o no, el mejor puesto. Y tú se la pasabas, una vez tras otra, porque además de incorregible también era un genio.
Al fútbol de élite se le supone una barrera límite. El ejemplo anterior no se correspondería normalmente con historias profesionales, aunque algunos excéntricos hayan cruzado dicha barrera en más de una ocasión. Todos tenemos los nombres en la cabeza. Eric Cantona, Paul Gascoigne, incorregibles célebres incluso después de la retirada. Personalidades extremas, ese tipo futbolista que une un talento innato con un carácter extravagante, también innato e imprescindible, al que cientos de analistas han diagnosticado lo buen elemento que sería si lograra prescindir de su lado oscuro, si fuera siempre luz y nunca sombra, al que todos los clubes del mundo querrían fichar si pusiera por escrito que dejaba de forma definitiva la producción incansable de tonterías. Muchos han firmado mintiendo porque no son capaces de dividirse. Una cosa va con la otra.
Me imagino al capitán Vincent Kompany dentro del vestuario del Manchester City antes de un partido, intentando sonsacar información del rostro más o menos despreocupado de Mario Balotelli. Todo aquél que posee un incorregible en el equipo tiene las dudas iniciales e intenta anticipar el caos. Es complicado de prever, el día menos pensado puede saltar la chispa. Como ayer, en el partido en el Etihad contra el Sunderland. Fue una acción de la que Balotelli saldrá herido por mala fama. Es él y no Kolarov quién ha pisado la cabeza a Scott Parker, colecciona infracciones de tránsito, fue detenido por la policia en varias ocasiones y dejó a su novia por mensaje de texto, entre otros hits reseñables. Ayer italiano y serbio se discutieron por el lanzamiento de una falta. Seguramente era más para Balotelli, ubicado en el perfil izquierdo y por lo tanto más acorde a un diestro. Tenía él razón y sin embargo a quién miraremos mal es a SuperMario, porque es el sospechoso habitual.
La falta la lanzó Kolarov y se marchó un pelín desviada. Aunque no lo expresara exteriormente, Balotelli se alegró del fallo. Es un comportamiento típico, diríamos que inoportuno y ejemplo de su preocupación exclusiva por él mismo, aunque es muy probable que lo que vino a continuación no se hubiera producido de no ser por esta acción desafortunada. El Manchester City se volvió a meter en el partido y logró finalmente el empate porque Balotelli se inventó una jugada excelente para anotar el 2 a 3. Un movimiento de rabia, un disparo seco y el mejor gol de la tarde. Con dedicación exclusiva a Kolarov, sin necesidad de apuntarle con el dedo.
Pasamos de la incorregible estrella del grande a la estrella imperfecta del pequeño. Podrá estar más o menos gordo, más o menos enfadado con el entrenador, quizá hace un mes que no juega porque se quiere ir en el mercado invernal, así lo ha declarado ante la prensa y el técnico no quiere ni verle. Tanto que le duele enormemente tener que recurrir a él, cosa que siempre acaba sucediendo. Entrenador, afición y compañeros pueden odiar su actitud fuera de los terrenos de juego. Dentro mente en blanco y volver a empezar. El camino más corto a la victoria era darle el balón, que él no lo esquiva nunca. El único nombre que corea Loftus Road es el de Adel Taarabt. Este tipo de jugadores tendrán siempre el hándicap de irregulares, porque quieren asumir tal protagonismo que cuando no tienen el día se nota demasiado. Sin embargo, cuando lo tienen pasan cosas extraordinarias, como un recorte inverosímil sobre Vermaelen y un gol de fantasía. El Queens Park Rangers venció ayer al Arsenal 2 a 1, con una actuación brillante de su genio.
Mario Balotelli y Adel Taarabt son dos incorregibles natos. A veces nos cansa su actitud y condenamos su mal carácter, pero la existencia de estas condiciones son inevitables. No pueden moldearse, virtud y defecto forman un pack. Por muy calmados que parezcan durante una temporada cada vez está más cerca el momento en que lo echen todo a perder. Tienen un tanto de efímero. Hay que disfrutar de su parte buena y convivir con la otra. Si obran mal les perdonaremos y se la seguiremos pasando.
Por Pol Gustems
Por Pol Gustems
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